Nadabas desnuda en una botella de vino. Tu crawl era perfecto. Veía en la estela que completaba tus piernas el camino que yo debía seguir. Frenaste sin aviso y me miraste sin abrir la boca. Había algo en tu vientre que yo entendí sin que tuviéramos que tocarnos. En el próximo vistazo ya nadábamos juntos, pero habíamos olvidado la escena anterior y de tu boca corría un finísimo hilo rojo perfectamente visible en el agua, como la traza de pintura que nunca entendí cómo se mantenía dentro de una canica.
viernes, 11 de marzo de 2016
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