martes, 19 de enero de 2010

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Voy a viajar en un Hércules a Haití, en su depósito. Tremenda indigestión me va a agarrar de tanta comida que voy a ingerir en el viaje, en el largo viaje, conducido por uniformados infames bañados en el oro falso de la ayuda humanitaria a sueldo. Cuando quiera descansar, voy a improvisar una pileta con toda el agua que tenga a mi disposición y nadar ahí adentro un poco, que es tan lindo, y los haitianos no deben poder hacer ahora pese a tener el mar tan cerquita. En algún momento me aburriré, pero tengo algo planeado: con las vendas me cubro el cuerpo y me disfrazo de momia. Dar vueltas por el lugar moviéndome como en las películas debe ser fantástico. Si hay miembros ortopédicos, mejor. Si hay morfina u otros opiáceos o analgésicos derivados de algo no-poppyafghanistán, me drogo un poco y llego en éxtasis al lugar del terremoto, recibo a todos con una sonrisa maravillosa, ya que con alegría y voluntad dicen que todo se puede. "Que no nos roben la alegría, que no nos dejen sin morfina". Ya que están alterados, jugamos un paintball con los saqueadores de supermercados. No sé por qué están así de nerviosos, como si fuera la primera vez que tienen hambre en ese país.

¿Les gustó? Mientras la afectación retórica de quienes conducen los programas de noticias (no los dueños de los canales que los transmiten, ellos no dan la cara, no emiten opinión; posiblemente no existan) no se traduzca en compromiso económico, prefiero que ni me cuenten lo que pasa, o que pongan un lector computacional automatizado que no fabrique emociones a $/segundo al aire.

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