domingo, 7 de abril de 2013

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Hace unos meses rondaba la interné un estudio que daba cuenta de la calamitosa situación musical de la actualidad, con bandas de una amplitud mayormente miserable, centradas en el currito y restringidas a la pésima formación musical que poseen los mismos músicos. Es, claro, una generalización para nada absolutizable.
Ahora bien, considerando el reducidísimo público que opta por las variantes que caerían fuera de ese estudio, el panorama apocalíptico de producción tiene su claro reflejo en la recepción masiva y aplaudida de esa gran cantidad de basura homogénea, monótona y conformista. 
La reducida tolerancia ante la ansiedad que provoca lo nuevo en su más o menos constante sorpresa, y los pedidos a los gritos de "poné una que sepamos todos" hace brotar la semilla del suicidio en el suelo fértil del alma curiosa que hace intentos en vano por dar un pasito al costado de este chiquero. La pregunta por lo imposible del cristianismo resurge, intensa, feroz, lacerante: ¿cómo amar al prójimo, a este prójimo tan conchudamente conformista?

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