El cristiano siente una atracción fatal por cargar cruces. Ve cruces en todas direcciones invitándolo a cargarlas. Luego, como la tarea se vuelve agotadora, se descarga arrojándoselas por la cabeza a quien se le cruza. Si es otro cristiano, este la recibe con los brazos abiertos. Si es cualquier otra persona, claramente fomenta el deseo de cagarlo a patadas en el orto. Esta parte del deporte favorito de los cristianos es la más infumable de toda la infumabilidad de esa vana mitología antigua.
miércoles, 6 de enero de 2016
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