martes, 19 de julio de 2016

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Siempre que leí escritores con un conocimiento digno de los clásicos, sus obras me resultaron al menos dignas. Digamos que se alcanza un promedio alto. Cuando leemos escritores que no atravesaron la fase formativa implícita o explícita en la lectura de clásicos, generalmente el resultado es desastroso.
La situación es así: quien lee clásicos, al menos escribe decentemente, alcanza de manera holgada el mínimo de aceptabilidad para una obra. Por su parte, quien no los lee, generalmente no llega ni al piso.
Por eso están como están las cosas. Se pierde tanto tiempo leyendo contemporáneos paupérrimos que no se aprende de los maestros y se produce una taradez atrás de la otra.

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