sábado, 31 de octubre de 2009

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"En la vida hay que correr muchos riegos", dijo el perro, e irremediablemente levantó la pata junto al árbol. Era de las de atrás, porque precisamente quería orinar, no era como un humano que levanta una pata, llamada mano en este caso particularísimo, y similar en el de otros primates de menor darwiniana jerarquía, y la menea en el aire cuando saluda, no exluyendo así la posibilidad de hacerlo bajo el agua, de submarino a submarino, y dejó salir, como se imaginará, orín, sabiendo, o sin saberlo, pero prefiero pensar que algo sabe, que ese mismo chorro, amarillo generalmente, aunque sin dejar de lado la posibilidad de ser atravesado por la luz, sabiendo, decía, que otro perro, como él, aunque probablemente de otra raza, acercaría su nariz a él, al chorro, y, de esto estoy casi seguro, repetiría el gesto, como si dos personas se dieran la mano, o como si una le metiera un tiro en la sien a otra.

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